Salir al campo a fotografiar aves está bien. Fotografiar
especies nuevas es emocionante. Capturar escenas hermosas es apasionante, pero
lo realmente excitante es documentar, de una forma estética, la vida, obra y
milagros de las especies que comparten el planeta Tierra con nosotros. Creo que
no hay mejor recompensa. Además de ese bien para el fotógrafo, se obtienen
indudables beneficios en el conocimiento de la especie y, a la postre, todos
salimos beneficiados: ellas y nosotros. Ellas porque podremos aplicar el mejor
conocimiento en medidas de gestión adecuadas y nosotros porque el reforzamiento
de la trama de la vida en la Tierra y más concretamente en nuestra Isla, mejora
nuestra calidad de vida.
Un modesto ejemplo lo comparto con las imágenes que a
continuación muestro. Se trata de la cría de un busardo ratonero (Buteo buteo insularum) obtenidas en Gran
Canaria. Evidentemente, estas cosas no se pueden hacer de cualquier manera y es
necesario adoptar todas las cautelas ambientales necesarias y, si fuera
posible, alguna más.
Para hacer las fotos estuvimos durante tres años haciendo un
seguimiento del nido para ver como abordarlo de la manera más segura inocua. Al
tercero decidimos ir varios meses antes del inicio de la cría y construir un hide (escondite) permanente
perfectamente camuflado y mejorar el acceso hasta él. Cuando ya los pollos
tenían varias semanas de edad y los riesgo de abandono eran menores (pero no
inexistentes), iniciamos las visitas. Para ello teníamos que estar dentro del hide e instalados antes de que el alba
despuntara, o sea, antes de que hubiera cualquier atisbo de luz, incluso
nuestras linternas frontales iban sólo con luz roja. Esto significaba levantarnos a las cuatro de
la mañana, un desplazamiento en coche de una hora y otra hora caminando por la
noche entre un campo de tuneras. Todo para garantizar la viabilidad de la
prole. Y es que a veces, las cosas no son fáciles cuando se hacen bien, pero
dan mucha satisfacción.
Durante algunas sesiones tuvimos una oleada de calor, con
temperaturas que rondaban los cuarenta grados. Como se puede apreciar, los
pollos se apretujaban en la escasa sombra. Pensábamos que se perdería alguno
por deshidratación, máximo cuando es inusual que una pareja críe cuatro vástagos.
Felizmente algunas semanas después, los cuatro pollos de la nidada estaban
volando libres y nosotros orgullosos de, creemos, un trabajo bien hecho.
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